martes, 12 de abril de 2011

Metafora de Cambio: Cuando sueltas al animal.........

Metafora de Cambio...
Un hombre, creo un animal salvaje, y trato de tenerlo retenido en su casa. Como lo había hecho a su imagen y semejanza, el esperaba, que el animal se autoeducara, y que aprendiera a comportarse. “COMO DEBE SER!” Se decía a sí mismo. Le dio de comer durante muchos días. Le mantenía amarrado y sumiso en su cuarto. Pero aun así, lentamente comía de las sabanas que le arropaban. Arañaba las paredes. Mordía al que le daba de comer. Emitía ruidos exagerados, que generalmente molestaban a los vecinos. El Hombre, muchas veces, pasaba largas horas contemplando los ronquidos del animal, y sintiendo como una especie de escalofrió le invadía desde la punta de los pies hasta los pelos de la cabeza, los cuales quedaban en punta.
Convencido de que ya había llegado el tiempo, comenzó a mostrarlo a sus vecinos:
“Que animal tan bonito”, decía la vecina, con una clara e hipócrita sonrisa en la cara.
“Lástima que no lo puedo tocar”, le decían los niños del Barrio.
Un día, reunido con algunos de sus familiares, dejo que el animal saliera del cuarto, y le permitió pasear un rato por la sala de la casa. El pequeño salvaje hizo desastres. Rompió los adornos encima de la mesa. Tumbo los materos con Siempre viva y Jazmín que mamá tanto cuidaba. Araño las cortinas de la casa. El hombre, corrió y le amarró, y le devolvió al cuarto, oscuro y frio.
Pasaron varios meses para que la calma volviera a casa.
Olvidado el asunto, después de mucho tiempo, el hombre se atrevió nuevamente a sacar a pasear al animal. Esta vez, decidió llevarlo al parque, donde pasarían toda la tarde. Entrando al autobús, se molestó y araño a una señora, porque ocupaba casi todo el asiento de dos puestos. Luego, lanzo rugidos y palabras gruesas a unos adolescentes que le tropezaron. Rayo la parte de atrás del asiento del vehículo, por pura gracia. Sin duda, un completo animal.
Llegados al parque, tiró basura sobre la verde grama. Hizo sus necesidades sobre los arbustos que brillaban en el jardín. El Hombre, ya harto de tanta furia salvaje, decidió consultar al Maestro del parque, Luis, un hombre Sabio.
“Maestro, que puedo hacer para controlar al animal”, pregunto.
“Bueno, ¿quien creó ese animal?”, dijo el maestro.
El Hombre: “Pues, Pues. Pues, fui yo mismo. Yo mismo lo cree y le he alimentado por años”, con cara de vergüenza.
Maestro: “Exacto, solo tú puedes hacerlo. Primero, es necesario que lo reconozcas, que lo describas. Toma esta libreta. Todos los días, vas a anotar aquí una descripción distinta de ese animal, y vuelves en una semana.”
Pasados los 7 días, el hombre volvió al parque, esta vez sin lo salvaje, pero con la libreta.
Hombre: “Maestro, aquí tengo lo que me pidió.”
Maestro: “Esta bien. Ahora, quiero que le des un nombre. Un nombre que signifique para ti todo lo que él representa, y que lo escribas 20 veces en la octava hoja de la libreta”.
El hombre lo pensó por unos minutos. Reflexiono. Se encorvo de hombros. Puso su mano sobre la cabeza. Respiró profundamente. Todos sabemos que para hacer algo, hay que ayudar al cuerpo a que lo haga. Y cada tarea, tiene su forma de hacerla. Su propia forma de colocar el cuerpo. De manifestarle al universo lo que estamos haciendo.
Así, sin más, lleno una página con un nombre.
Maestro: “Ahora, quiero que durante siete días más, anotes cada día, que satisfacciones o de qué manera te favorecen las cosas que hace ese animal. Describe exactamente como te ayuda de alguna manera.”
Siete días más, y el hombre volvió con la Libreta:
Hombre: “Maestro. Termine. Ya puede darme la respuesta”.
Maestro: “Amigo. La Primera vez hay que hacerlo lentamente, para que quede. Si lo haces muy rápido, no sabrás como lo logras. De seguro, luego de esta primera vez, cualquier situación que se te presente, será pan comido. Ahora, durante siete días, cada vez que recuerdes o veas al animal, vas a fijar tu lengua contra el paladar, y vas a anotar en esta hoja un sonido, y a escuchar ese sonido, como si fuese una campana que toca por turnos en tus dos oídos, primero el izquierdo, y luego el derecho.”
A la semana, vuelve el hombre con una sonrisa en la cara.
Hombre: “Maestro. Parece un milagro. El animal se ha calmado un poco. Sin embargo, a veces, sale de debajo de la sabana, y no puedo controlarlo”.
Maestro: “Es que no hemos terminado. Ahora, durante siete días más, cada vez que aflore el animal, coloca tu cuerpo encorvado, con tus manos abrazando tus codos, y sin pensarlo mucho, das un paso hacia atrás, imaginando que dejas una imagen de ti mismo, allí al frente. Yergues tu cuello, pasas tus manos a una posición cruzada, la derecha tocando con la punta de los dedos al corazón, y la izquierda, apuntando con sus dedos hacia tu derecha. Si le prestas atención, será muy fácil para ti. Luego, desde esa posición, describes en la libreta todo lo que pasa con esa imagen que dejaste parada, cálida e indefensa, de ti mismo, enfrente de ti.”
Siete días más, y el hombre, mucho más tranquilo y contento, regresa ante el Maestro.
Hombre: “Maestro. Maestro. El animal se ha aquietado, cada vez que yo quiero. Pero de pronto, me quedo pensando en las cosas malas que ha hecho. Y las repito, y repito, como una cinta que se repite una y otra vez en mis oídos.”
Maestro: “Eso suele suceder. Esta es la última lección. Cada vez que esto se suceda, das un paso hacia atrás, cambiando tus brazos y tu cuerpo de posición. Busca una posición donde te sientas totalmente cómodo, y desde esa posición, pones a rodar la cinta hacia atrás, y te imaginas como si la música cambiara a una música de fanfarria, o de cumpleaños, o de risas, y vas dando pasos hacia adelante, y tomando cada imagen que formaste de ti, vas sintiendo como cada una de ellas se engrandece, y se revitaliza, y se pone poderosa, y brilla, y suena bonito, y se siente que huele a un olor agradable, y al llegar al principio, habrá desaparecido el animal. Puede que para siempre.”
Como por arte de magia, el animal ya no estaba. El hombre se transformo en un ser humano mucho más poderoso, capaz de cambiar a cualquier animal en lo que necesitaba. Si necesitaba la fuerza del animal, la usaba, pero sin la rabia del animal. Si necesitaba rugir fuerte, su Graznido se escuchaba a los lejos, sin necesidad de ensordecer a nadie. Las sabanas, todavía guardan algunos zurcidos y algunos recosidos con tela, en recuerdo de que allí hubo un animal. A los materos de mamá, les fueron taponados los orificios de la caída con yeso y con mirra, y su olor todavía recuerda lo que algún día paso por esos lugares. El animal, ya no está. El que brilla es el Ser Humano.

Y ahora, dime, como controlas tú a tu animal?

Un Abrazo!
Lucindo.

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